ES LA ESTRATEGIA: El presidente está incómodo

Por: Rodrigo López San Martín

“Un líder social”. Así se ha definido a sí mismo Andrés Manuel López Obrador en incontables entrevistas a lo largo de su carrera política. Quizá, a partir de ahí podemos empezar a entender por qué se le nota cada día más incómodo ocupando el cargo por el que tanto luchó durante 18 años.

#AMLO fue, indiscutiblemente, el líder opositor más importante de la política mexicana en los últimos años. Con cargo público o sin él, marcaba agenda, sacaba masas a las calles y fue la piedra en el zapato de la cohesionada élite política de principios de siglo.

En 2006, arrancó la campaña presidencial con, al menos, 10 por ciento de ventaja. Aunque es incuestionable la intervención del gobierno de #VicenteFox y algunos grupos empresariales para frenarlo, el resultado de ese proceso electoral, o siquiera haber llegado al día de la jornada en un empate técnico con el candidato del Partido Acción Nacional, Felipe Calderón Hinojosa, no puede entenderse sin los errores estratégicos y discursivos de AMLO.

Frente a la amenaza y el miedo con el que estos grupos de poder buscaban catalogarlo, #LópezObrador respondió con actitudes intolerantes y mensajes que le confirmaban las alarmas a un sector definitivo del electorado.

En 2012, AMLO arrancó claramente detrás del eventual ganador de la contienda, Enrique Peña Nieto. Según diferentes encuestas, entre 15 y 20 por ciento.

Pero, a diferencia de 2006, su campaña llamaba a la reconciliación. Después de ofrecerle “su mano franca” a Televisa en su noticiero estelar, llamar a construir una “República Amorosa” y proponer más debates presidenciales en lugar de rehuirles, la elección comenzó a cerrarse.

A unas semanas de los comicios, el periódico reforma.com publicó una encuesta en la que la diferencia entre Peña Nieto y AMLO se había reducido a sólo 4 por ciento. El escenario estaba puesto para un final de fotografía. ¿Qué hizo AMLO? Revivir su versión más radical, repetir mensajes que alarmaban a un sector del electorado desde 2006 y frenar, él sólo, esa inercia positiva con la que parecía que cerraría la campaña. El resultado, una derrota por 6 por ciento.

En 2018 AMLO se llevó la elección de punta a punta. El hartazgo de millones de mexicanos con la élite política que, más allá de marcas partidistas, parecía la misma entre 2000 y 2018, le dio una ventaja imposible de dilapidar, que, al mismo tiempo, inhibió a sus enemigos.

Pero ese triunfo parece no haber transformado al líder social detrás del presidente. Hoy, como hace 6 o 12 años, es mucho más fácil imaginarlo de gira por alguno de los municipios más pobres del país que en una cumbre mundial de Jefes de Estado. Se siente más natural verlo en un templete arengando a su público con discursos polarizantes, que imaginarlo en un foro sumando a su agenda a actores políticos o sociales ajenos a su movimiento.

Es claro. El hábitat natural de López Obrador no está en el ejercicio del poder, sino confrontándolo. Hoy, se ve incómodo en la presidencia. Quizá el #confinamiento provocado por la pandemia del #Covid19 lo ha hecho más evidente más que nunca. Y nada ejemplifica mejor esa incomodidad con su nueva realidad que su reacción frente a las críticas que, por definición del cargo, recibe como #presidente.

AMLO está acostumbrado a marcar la agenda precisamente desde la polarización que lograba con la crítica al poder. Señalando las expectativas no alcanzadas. Contrastando sus propuestas con los resultados negativos del gobierno en turno.

Pero ahora, desde el otro lado de la barrera, vuelve a salir su lado más radical y poco tolerante. Pero ya no sólo frente a otros actores políticos, sino frente a la prensa, editorialistas, académicos, activistas de la sociedad civil, y prácticamente cualquiera que alce la voz para mostrarse inconforme, para hacer una denuncia o para señalar los errores de su administración.

Quizá, en lo más profundo de sí mismo, en la visión histórica que indudablemente tiene de su persona, Andrés Manuel siempre pensó en trascender como un líder social del lado de los más necesitados. Pero quiera o no, será este sexenio el que construya su lugar en la historia nacional.

Si no encuentra la forma de evolucionar y asumirse en el rol que hoy le toca jugar, entendiendo que la crítica es algo natural que debe sobrellevar quien ocupa ese cargo, seguiremos viendo su versión más radical y agresiva; y pasará a la historia como un presidente que nunca pudo cumplir las expectativas que, por casi 20 años, despertó en millones desde la oposición.

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