A pesar de que se ha hablado y escrito cualquier cantidad de cosas del recién fallecido Gabriel García Márquez, siempre habrá algo más que decir, casi siempre en armonía o divergencia con su obra, o su persona. No resulta fácil cifrar sobre el escritor colombiano, sobre todo porque tanto los críticos literarios, como los eruditos en literatura hispanoamericana, y gente con especialidad en el tema, han afianzado parte de lo que cree, o sabe sobre García Márquez. Yo lo haré desde el elemental sentir de un lector que se precia de haber leído entre cinco, siete u ocho novelas del autor, la última, Relato de un Náufrago, que es la crónica del marino Luis Alejandro Velasco, sobreviviente del barco el destructor “Caldas”, de la marina colombiana, que según la gacetilla, zozobró el 28 de febrero de 1955. Pero más bien no se fue al fondo de mar, sino fue la sobrecarga de artículos de contrabando y un mar embravecido, picado, con marejadas, que vaciaron a la embarcación de sus tripulantes, haciendo que cayeran al mar, sobreviviendo solo uno.
La obra en prosa de García Márquez, con esa riqueza narrativa del lenguaje popular, es única, como en el México pos revolucionario, la novela y los cuentos de Juan Rulfo, son inconmensurables. Personajes entrañables en la vida de los pueblos y regiones, se producen recurrentes en el mito del eterno retorno. Con nombres y apellidos diferentes en cada rincón donde nacen y se reproducen, pero vivencias y existencias paralelas y casi idénticas.
La militancia de García Márquez fue por la buena escritura, que hizo mantener a distancia su militancia política, pero que con su increíble y fantástica inteligencia, siempre heredó en su obra. Sin ser un panfletario de la izquierda, criticó eternamente a los dictadores y las dictaduras latinoamericanas, sin plasmar una sola consigna, lo que si ocurrió en otros autores, que en el texto literario tomaron partido por la incipiente revolución latinoamericana, abrevada de los padres históricos de América Latina, como Bolívar, San Martin, Sucre, O´Higgins, Hidalgo, Juárez. Resultaba fácil con ese talento innato que García Márquez conectara con los incipientes guerrilleros que se formaban en nuestro continente, y que su pluma sirviera como vehículo para la protesta social. Incluso, en 1955 siendo presidente de Colombia (mediante un golpe militar), el general Gustavo Rojas Pinilla, el periodista, reportero de el Espectador de Bogotá, Gabriel García Márquez, dio cuenta de sendas represiones, la primera en pleno centro de la capital colombiana, con la masacre de estudiantes que se manifestaban pacíficamente (en este mitin participó como orador el naciente abogado cubano Fidel Castro), que el ejército desbarató a balazos, y la matanza de fanáticos taurinos que en plena plaza dominical, abarrotada, abucheaban a la hija del dictador.
De la narrativa de estos hechos se profundiza la capacidad del escritor para denunciar tales magnicidios, sin que la crónica apareciera ni sangrienta, ni elusiva de los hechos, porque sus vidas corrían peligro, tanto como la existencia del periódico. García Márquez pretende hacer periodismo político pero lo abandona después de editar tres números de Acción Liberal, que fundó en 1960 con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza. No era lo suyo, no estaba predestinado para hacer propaganda política con la pluma. El autor de Cien Años de Soledad, pugnaba por el socialismo como régimen político para los países, mas no por el comunismo, después de haber visitado los países “comunistas” dominados por la extinta URSS, y no comulgar con lo que ahí sucedía, pero siempre crítico de los regímenes militares latinos, y por supuesto en favor de los movimientos libertarios. Mas la real militancia del Aracatense, fue su deliciosa y fantástica prosa que da cuenta de la riqueza del lenguaje del pueblo latinoamericano.
Remache: Nuestras condolencias para la familia del amigo, que se nos adelanto en el camino, don Alfredo Valenzuela Calderón. Solo eso, se nos adelanto, pronta resignación a hijos y esposa, como si fuera fácil.
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