El poder de un presidente municipal (I) / Romeo González Medrano

Muchos creen que un Presidente Municipal de una ciudad como Xalapa es un todo poderoso que con solo mover un dedo logra que las cosas sucedan a modo y eso es una gran mentira a partir de la cual se  inventa otra que hace referencia a la existencia o inexistencia de “voluntad política” en el Presidente, entendiéndose por esto la disposición para atreverse a tomar aquellas decisiones difíciles que exigen desafiar la reacciones de intereses  afectados.

Romeo-11-150x1502La mañana que asistí al desayuno de Otero Ciudadano con el Alcalde Américo Zúñiga Martínez,  escuché palabras de Juan Carlos Stivalet, estimada persona y cabeza de una organización empresarial. Con otras palabras: “en este país  se tiene que hablar fuerte para que te escuchen y Xalapa necesita  un presidente líder con fuerza que hable fuerte porque solo así le toman en cuenta los otros poderes”.

Pero ………. ¿De dónde proviene la fuerza y la voluntad de un Presidente Municipal?  O sea, lo que hace la diferencia entre “nadar de a muertito” y trascender mediante grandes decisiones, gestiones y acciones de beneficio colectivo, subordinado a este fin, el interés personal, de particulares o de grupo, cualquiera que estos sean.

Como dijo Américo esa mañana, “siempre vamos a encontrar reacciones a las decisiones que se tomen”. La pregunta concreta que se antoja es la siguiente: ¿cómo o de dónde un Presidente Municipal puede  adquirir el poder y la fuerza necesaria para tomar ciertas decisiones que es necesario tomar por el bien de la comunidad cuando el hacerlo va contra el interés particular de una persona o de un grupo de presión?

Un abogado diría que la fuerza de un Presidente no es otra que aquella que proviene de “ejercer las atribuciones que la Constitución y las leyes le otorgan”.

Un dinosauro joven y del sistema dirá que el Alcalde no tiene más poder que el que le transmita el Gobernador que lo promovió para ese cargo.

Un contador o un economista dirán que la atribución jurídica sin la lana, vale gorro y que por lo tanto, todo depende del presupuesto y más específico, de las participaciones federales que opere el edil.

Un moralista o crítico de la corrupción diría que lo anterior no es suficiente, que se requiere de la autoridad moral que proviene de gobernar con honestidad y “sin cola que te pisen”.

Algunos ciudadanos desinformados opinarán que el Presidente Municipal cuenta con la fuerza pública para poner orden y, por ejemplo, impedir que 50 manifestantes bloquen el derecho a la circulación de miles de conductores. Quienes así opinan ignoran que hace rato, con o sin razón, a los gobiernos locales se les quitó ese poder coercitivo de la autoridad y ahora solo lo tiene el Gobierno Federal o del Estado por lo que si a éste  le parece, enviará la fuerza pública pero si fuese el Gobernador o alguno de sus  secretarios los están detrás de los supuestos líderes, ya ni le cuento. Yo he realizado sondeos de opinión entre los ciudadanos de la calle y 9 de cada 10 opina que detrás de marchas y plantones hay un político del poder o  intereses no visibles pero muy distintos a los que se leen en volantes,  cartulinas o mantas. Incluso hay evidencias de que los alcaldes son rehenes de ciertos grupos de presión que han hecho de su capacidad de movilización el más poderoso instrumento de negocios ilícitos disfrazados en ocasiones de “demandas populares” que no reparan en actos de presión hasta que las decisiones y presupuestos de obra  del Ayuntamiento les favorezcan, todo esto mediante negociaciones opacas y jamás documentadas para aquellos que creen en el derecho de acceso a la información.

Por su parte, un administrador dirá que la fuerza proviene de que el alcalde cuente con “un equipazo” de personas capaces, honestas, con ética de servicio público, con cultura de equipo, incapaces de anteponer sus intereses y aspiraciones personales al deber de trabajar con eficiencia y entrega de resultados en beneficio de su comunidad. Supuesto inexistente en un sistema político cuya movilidad depende del ejercicio electorero del poder.

Un analista político diría que se necesita de todo lo anterior, de unidad y apoyo de su Cabildo  pero además de audacia, imaginación, y una comunicación eficaz con  los ciudadanos y sus organizaciones, directa, transparente, respetuosa pero sin reservas  para hablar con la verdad y decirse lo que se necesite sin ocultarle nada. Amplia simpatía de los ciudadanos, de organizaciones de la sociedad civil, sindicatos afines y demás organizaciones que lo apoyen. O sea un poder político con el que casi nunca cuenta un alcalde, al menos al inicio de su gestión y, si carece de recursos para pagar facturas electorales, más débil será su poder.

Bajo estas condiciones y circunstancias un tanto simplificadas, un Presidente Municipal  si quiere tener el poder de que las cosas sucedan, tiene que empezar con lo que tiene, sacudirse polilla y ataduras perniciosas  y alentar la participación, el volumen de voz de la ciudadanía, y ser sensible a la inconformidad.  En otras palabras jugársela con la mayoría de ciudadanos y organizaciones carentes de voz y “empoderamiento, o sea con los más necesitados.

Tiene que contar con todo lo anterior o sea con el consenso y la fuerza política de los empresarios y de los trabajadores, pero también de los inconformes de la sociedad reclamante de servicios, la voz de los atropellados y pisoteados en sus derechos constitucionales y por décadas, los que pasan y pasan administraciones y no mejoran sus condiciones de vida por la falta de obra o servicios municipales.

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