Mi Papá, el guerrero / Jesús J. Castañeda Nevárez

ESCRITORFueron dos accidentes cerebrales conocidos como trombosis lo que llevó a mi padre a enfrentar una dura batalla por su vida con muy pocas posibilidades de ganar. Ya por 27 años había mantenido una lucha contra la epilepsia que le azotó con cientos o acaso miles de crisis convulsivas. Además con problemas de estenosis mitral, insuficiencia cardíaca, arterioesclerosis generalizada y otros problemas en su corazón, que le habían hecho ser cliente frecuente de los servicios médicos.

Siempre luchó con una gran fortaleza de carácter y su actitud ante la vida no mostró resentimiento. Pero ahora estaba reducido a un espacio en su cama en donde permanecía inmóvil, mientras su cuerpo cada vez más delgado reflejaba el cansancio de tanta adversidad.

Cada minuto, cada hora, cada día, en cualquier momento parecía llegar el fin de su historia. Lo observábamos detenidamente porque en algunos momentos su respiración se hacía lenta, pausada, silenciosa. El tiempo guardaba silencio; el universo entero parecía detenerse esperando el momento final; pero éste no llegaba. Terminaba cada día con su noche y el amanecer anunciaba una nueva victoria.

Hubo días en que la situación sobre empeoró al agregarse una crisis epiléptica que hacía más dramático el momento. Eran segundos de muerte que parecían eternos, pero pasaban, como pasaron tantos a lo largo de esos tantos años.

No se movía; pero ante la pregunta hecha directamente al oído: “viejo, vas a seguir luchando??”, su cabeza se movía lentamente en sentido afirmativo. Porque dentro de ese cuerpo cansado y sin fuerzas existía un gigante guerrero que estaba dispuesto a seguir peleando la batalla hasta el final.

Pronto comenzó a dar muestras de mejoría y descubrimos el daño de la trombosis en su organismo; la mitad derecha de su cuerpo quedó inerte y su voz dejó de comunicarse como antes, para hacerlo con un nuevo “idioma” que resultó por la lesión en su cerebro. Pero a pesar de eso, volvimos a reír y a bromear con él tratando de traducir ese nuevo lenguaje.

Vivimos una nueva etapa de enseñanza paterna llena de cariño y amor. Volvimos al tiempo en el que nos cubrimos con su oración a Dios por todos sus hijos y nietos. Hasta que llegó la última página de su vida tres años después de la trombosis.

Nos avisó, se despidió y después se encaminó con Dios, como siempre lo hizo y Dios se lo llevó.

Esa fue su herencia y ese su legado. Aprendimos el valor de la oración y el poder inconmensurable de Dios manifestado en cada segundo de la vida de mi padre. Siempre estuvo ahí y la fortaleza de espíritu lo respaldó aún en los momentos más difíciles de su vida.

Han pasado 27 años y 8 meses desde que mi viejo se marchó con Dios a formar parte del Ejército celestial, en el sitio de alto honor reservado para los guerreros esforzados y valientes.

Pero parece que fue hace 27 horas, porque sigue muy presente en mi corazón y en mi vida; su ejemplo me enseñó y me levanta cada ocasión en que mi ánimo rueda por los suelos. Viene a mi mente su vida marcada por la adversidad y su carácter marcado por su amor a Dios y a sus semejantes.

Por eso, aún con mi ropa hecha girones, vuelvo a sacudirme el polvo y a levantar mis ojos al cielo para encontrar la mirada amorosa de mi padre que me anima y me repite como lo hizo siempre: “Encomienda a Jehová tu camino, confía en Él y Él hará” Salmos 37:5.

Y nunca lo he dudado; vivo confiado, porque estoy seguro que lo hará.

Be the first to comment on "Mi Papá, el guerrero / Jesús J. Castañeda Nevárez"

Leave a comment

Your email address will not be published.


*