Debió haber sido el 12 de diciembre del 77, en el torneo que año tras año realizaba la fábrica de cartón con motivo del festejo a la Virgen de Guadalupe. Y lo recuerdo porque fue después de la fractura del tobillo izquierdo, que me ocurrió en los campos de Copilco, en el torneo Interfacultades, porque además eran los primeros partidos que jugaba completos. Jugamos como nunca y ganamos como pocas veces. Lo extraordinario de aquel cuadrangular era que me acompañaba Mercedes, que después de casi cuatro años en el Distrito Federal, apenas me acomodaba una chica, y me adaptaba paulatinamente al ambiente “chilango”, que siempre me resulto extraño y hasta aversivo, como si estuviera fuera de mi elemento natural, pero no tenia mas, o me cuadraba o me regresaba a Poza Rica donde no tenía posibilidades de crecimiento. En la fábrica de cartón en Tlalnepantla, trabajaban “la pingua” y el “chisco”, mis amigos de la misma ciudad petrolera, emigrados a aquella mega fábrica mexiquense, y el futbol era un pretexto para juntarnos los sábados, y tomar cervezas.
Yo venía de haber jugado en la liga local del Higo, en el equipo de la secundaria, que siempre se distinguió por ser aguerrido. En las derrotas nunca regalo nada a los equipos contrarios, y las dos temporadas jugadas terminamos entre los diez primeros lugares. Lo muy anecdótico para quienes solo teníamos el rio, la zafra, la siembra de la caña, o la limpia de los potreros o la ordeña de la vacas, era el futbol o las borracheras. Pero mucho más para los jóvenes y adolecentes era cuando terminaba el campeonato de la primera división nacional, que un jugador de talla internacional, como el “Kaliman” Guzmán fuera a pasar sus vacaciones a su lugar de origen, y aun superior, que se presentara en el campo “ANTA”, para entrenar, o echarse una cascarita con los futbolistas de la localidad, entre ellos por supuesto los adolecentes, ávidos de rozarse con una estrella futbolística de esos niveles.
Por eso una vez terminada la secundaria y llegado a Poza Rica, una selección juvenil, para menores de 18 años, me convoco al torneo estatal a jugarse en octubre del 74 en el puerto de Veracruz, mismo que ganamos, y el equipo reforzado con jugadores de Cotza y el puerto, viajó al torneo nacional en Tijuana, donde quedamos en segundo lugar al perder la final con Morelos, donde ya despuntaba un portero flaco, flaco, pero con unos reflejos de gato; Pablo Larios.
La estancia en Poza Rica fue breve, solo de verano se diría, las condiciones precarias empujaban a buscar otros lares, y el Distrito Federal fue el destino y la UNAM el objetivo, pero siempre pensando en el futbol como motor para mover el mundo, donde se impuso el objetivo, porque en el futbol los imponderables son primero. O tienes mucho talento, o muchos contactos y suerte, y un padrino fuerte, económicamente para que te apoye en todo el recorrido hasta que llegues a debutar. O la combinación de todas.
En aquel torneo de los campos pedregosos de Tlalnepantla, descubrí que si no arrollas en el futbol profesional, tienes a la mano otros premios, que pueden ser tan grandiosos como los de la selección mexicana, en su triunfo de ayer –por ejemplo- ante Croacia, aunque guardadas las respectivas proporciones, por supuesto. De jugar en la defensa central, me invente un día que era medio ofensivo, y así me la compraron en aquel equipo. Por eso el día del cuadrangular no solo repartí balones para que mis compañeros metieran goles, sino que metí los goles decisivos en los tres partidos disputados. Los mejores fueron en el homenaje excepcional que me hizo aquella tarde Mercedes. El futbol y Mercedes me dieron aquel día un regalo memorable.
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