Revueltas en la patria del secreto impronunciable

Fernando Mino*

José Revueltas es icono del inconformismo. El intelectual más puro y el emblema con barba  de chivo de los tiempos de la onda. Pero detrás del símbolo se revela un escritor que vislumbró las contradicciones del nacionalismo posrevolucionario y su descenso a los cínicos infiernos del desarrollismo y la estabilidad priísta.

RevueltasLa retórica marxista de Revueltas –resabio de los días heroicos de la militancia comunista–se distingue del dogmatismo y la consigna fácil y revela una pertinencia notable, incluso a estas alturas del siglo XXI. Su obra literaria, incluidos sus trabajos de guión para el cine mexicano de la época de oro, revela una profunda inmersión en las contradicciones humanas. Una hiperbólica descripción de la pugna eterna entre las más oscuras miserias y la luminosidad que, todavía es posible creer, se esconde en el fondo del alma de los hombres.

La desesperanza permea en sus historias, el encierro es la constante. Encierro físico, aunque casi siempre intelectual: enajenación –ese enfrentamiento perpetuo con un mundo al que aportamos nuestro trabajo, pero que, paradójicamente, no nos pertenece, nos es ajeno– que incapacita para superar el abuso, la explotación, la discriminación, el desprecio. Mujeres atadas al corsé de la doble moral, comunistas transformados en engranes por el dogmatismo del Partido o atormentados por su incapacidad de ser héroes; lesbianas avergonzadas de sus deseos, alcohólicos devastados por su permanente inconsistencia, parias que hacen de la abyección su identidad.

La muerte y el orgasmo

Incrédulo en los tiempos de las certezas dogmáticas, Revueltas conmociona con su duda permanente: ¿tiene algún sentido la vida? Ninguno, por lo tanto, el verdadero acto revolucionario es la muerte, “el privilegio humano por excelencia y que eleva al hombre por encima de todo lo demás”. Muerte física como revelación del alma verdadera. Pero también metafórica, por ejemplo, el orgasmo que es la muerte que nos acerca al abandono de lo que nos rodea.

Revueltas edifica una ética de lo sexual en su obra, un deslinde de la moral tradicional y sus rígidas costumbres, exhibidas con sorna y puntualidad como los instrumentos de la hipocresía generalizada, de la desesperanza.

El sexo puede ser la más bella descripción erótica de un coito lésbico, como en Los días terrenales (1949): “Las niñas eran dos náufragos dentro de un tenebroso y encendido océano, a quienes el imperativo de la muerte agitaba con el frenesí de una locura animal, obligándolas a combatir una con la otra hasta el exterminio, hasta el aniquilamiento, con la furia más tierna y enemiga, con la prisa más lenta y amorosa”. Acto sublime de liberación imposible que termina con la persecución por una azotea –”¡puercas! ¡manfloras desgraciadas!”–y el suicidio de una de ellas.

También el sexo es un acto consciente de penitencia, el acceso a la genuin liberación de la muerte. De nuevo en Los días terrenales, un atormentado joven comunista decide tener sexo con una prostituta enferma de sífilis que lo ha salvado de morir: “Mucho más que goce –en rigor, nada de goce–, un estado transitivo, un desintegrarse, un intentar. El paso por ese sitio anterior al pensamiento donde la materia vibra en el segundo en que adquirirá una forma nueva. […] Sin duda alguna, la muerte”. Telúrica prolongación del orgasmo hasta revelarlo cósmico.

En este caso el sexo liberador despega l alma del cuerpo, las revelaciones de la muerte se suceden en el tránsito: en la enfermedad, pero también en el estigma. Denuncia pre VIH de la mancha moral que pesa sobre las infecciones de transmisión sexual, el hombre padecerá los impertinentes desplantes de los médicos erigidos en jueces y verdugos morales: “Dentro del consultorio lo volvió a asaltar esa sensación de amargo desamparo […] esa desazonante sensación de indignidad y ofensa. Aquella cosa colectiva. Ese aplastamiento”.

Las lecciones morales

Sexo en los márgenes, la literatura de Revueltas es un catálogo de deseos soterrados por las convenciones –del matrimonio/la heterosexualidad/la respetabilidad/la fidelidad/la causa/la virginidad como patrimonio.

La respetabilidad burguesa es el peor afrodisíaco. El sexo marital –aquel que “no se precisa apetecer más allá de lo común”, según diserta otro de los personajes de Los días terrenales es la moneda de cambio con la que se paga la “posesión amorosa”, ésa que controla y encauza el “deseo zoológico”, el sexo liberador y, por eso mismo, culpable. Para Revueltas, el sexo enajenado por el matrimonio y sus valores asociados se convierte en una loza, en una manifestación más de la explotación.

La rigidez moral es, sin embargo, flexible bajo las sombras. La respetabilidad no está completa sin las intermitencias del deseo oculto. El sexo extramarital –la Casa Chica institucionalizada en los años más gozosos de la moderna corrupción a la mexicana–es el complemento requerido para validar el triunfo social. “La amante, ese otro extremo de la ecuación en que se expresa el equilibrio sentimental”. El doble rasero del machismo como acicate del moralismo.

El tema, lejos del usual abordaje en cotilleos y picaresca, fue motivo de referencias constantes en las historias de Revueltas. Incluso consiguió que se filmara un argumento suyo sobre el tema. La casa chica (Roberto Gavaldón, 1949) convierte a la “amante” en protagonista: una médica talentosa que se encierra en el amor por un colega pusilánime que oscila entre la pasión genuina y las exigencias del matrimonio –con el chantaje marital como uno de sus pilares.

Más allá de las concesiones impuestas al melodrama fílmico, en su cuento La palabra sagrada (1953), Revueltas muestra cómo se reproduce la educación sentimental tradicional. Alicia, colegiala de precoz vida sexual, debe fingir una violación para salvarse del descrédito frente a un padre atormentado por el qué-dirán y una tía orgullosa que le ha enseñado a su “pequeña puta desvergonzada” a mantener la fachada de la honra.

El orgullo de la abyección

Convencido de una tendencia humana natural hacia la degradación, Revueltas ve en cualquier trazo de optimismo la premonición de nuestra condena: “En cuanto descubre asideros, esperanzas, ya no es un hombre, sino un pobre diablo empavorecido, amedrentado ante su propia grandeza”, escribe. En su obra los derrotados, los marginales, los parias reivindican a la humanidad en la medida que han perdido sus máscaras.

En su primera novela, Los muros de agua (1941), la degradación recurre a la escatología para conceptualizarse. Los presos hacinados en una estrecha bodega del barco que los conduce a las Islas Marías comienzan a arrojarse sus propias heces: “Parecía una de esas “guerras” regocijadas que hacen los chicos en las escuelas de internos, arrojándose cojines u otros objetos inofensivos. […]. Sin embargo había algo monstruoso y bárbaro. Algo que se antojaba enormemente desnudo, desnudo, como si no hubiese vestiduras en la tierra”.

El apando (1969) personaliza ese entorno infernal; la abyección tiene rostro pero carece de nombre, es El Carajo, “ya que valía un reverendo carajo para todo, no servía para un carajo, con su ojo tuerto, la pierna tullida y los temblores con que se arrastraba de aquí para allá, sin dignidad […], abandonado hasta lo último, hundido, siempre en el límite, sin importarle nada de su persona, de ese cuerpo que parecía no pertenecerle, pero del que disfrutaba, se resguardaba, se escondía, apropiándoselo encarnizadamente”. La abyección como única y desesperada identidad de los sin nombre.

Sin nombre, pero con orgullo. El enano grotesco y manipulador de Los errores (1964), escondido en una maleta para participar en un robo, piensa que puede librarse de castigo revelando su homosexualidad: “‘¿Y a mí que me importa?– se dijo–. Lo soy, lo soy, lo soy.’ Una corriente de fruición, cálida y fría, le recorrió el cuerpo, se le detuvo en la garganta, lo hizo salivar pura agua, una saliva transparente, sin peso”. La emoción líquida de liberarse del peso del secreto, así sea por un momento.

Literatura de la analogía y la metáfora, la obra de José Revueltas siempre desemboca en el poder creativo de la muerte. En otro cuento, Lo que solo uno escucha (1947), Revueltas describe a un músico atormentado y alcohólico–otro paria destrozado en su propio encierro– que en un delirio etílico, consigue por fin tocar una pieza perfecta, sin que nadie más que él lo atestigüe. Obra maestra posible únicamente en la antesala de la muerte. El alma que se asoma, que se deja ver como un destello antes del final. La humanidad escurridiza es el motivo genuino que impulsa a todos los hombres a vivir.

Catecismo laico para los días inciertos –los suyos y los nuestros–, los personajes de José Revueltas son sombras que buscan los rescoldos de una humanidad huidiza, acosadas por las apariencias y el peso de la norma autoritaria. Pesimismo vital ante un mundo en ruinas. Trágica vigencia del pensamiento del Revueltas centenario.

* Fernando Mino (1978) es periodista e historiador. Autor de La fatalidad urbana, el cine de Roberto Gavaldón (UNAM, 2007) y de La nostalgia de lo inexistente, el cine rural de Gavaldón (Conaculta, 2011).mino.fernando@gmail.com

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