Hartazgos / Martín Quitano Martínez

Los sonidos de nuestro país resuenan por el mundo, lastimeros, dolorosos, por los muertos, por los desaparecidos, se suman los gritos de la indignación, de la protesta y la inconformidad frente a los poderosos que se han solazado en la impunidad, en la complicidad, en la corrupción, responsables de cocinar los caldos asquerosos que han construido éstos, nuestros escenarios de terror.

MARTINHay un hartazgo de vivir con miedo, de reconocernos en nuestros peores rostros, rostros deformes por el cansancio y la rabia cotidiana, ciudadanos lejanísimos de aquellos que dicen representarnos, de los que se han encargado de hacer de sus ejercicios políticos y públicos la representación máxima de la ruindad, de la desvergüenza al amasar fortunas a costa de la pobreza de las mayorías, al mentir con cinismo, al fomentar la debacle permitiendo y siendo beneficiarios de las incompetencias, de la opacidad.

Los sonidos mexicanos se enrarecen cuando en la lucha legítima de un pueblo agraviado aparecen los extremos, la intolerancia; cuando lo que domina es el ruido que impide escuchar, que distorsiona las peticiones de justicia y paz, que avasalla los diálogos y las exigencias de las mayorías y coloca por delante el caos, la beligerancia de sectores que con sus “durezas” rompen la posibilidad de escucharnos todos con razones y buscar el punto de acuerdo que nos permita caminar juntos por un objetivo común.

Con sus visiones absolutas, los “duros”, autojustifican la coartada de la violencia como su forma de manifestación, en la que no caben argumentos distintos a los de ellos, privilegiando la fuerza como forma legítima de expresarse; son los que prenden fuego, pintan, destruyen y golpean bajo el manto de la indignación que todo lo justifica frente a la infame acción de los poderosos o de los que reclaman el retorno de las visiones y hechos de gobiernos fascistas que impunemente hacen pactos con grupos fácticos para hacer de la corrupción, la muerte, la arbitrariedad y la impunidad, el ejercicio de su poder.

Los extremos siempre se tocan, porque al final del día sus formas, sus actos, son iguales, porque se basan en la idea de suma cero, estás conmigo o contra mí. Para los radicales, sean del lado que sea, la tolerancia, la lucha pacífica que programe, acuerde y logre cambios es impensable, nada- dicen- puede realizarse si no es con violencia, la fuerza es el favorecido espacio de los gobiernos, por lo que frente a esa lógica, solo existe la violencia para lograr cambiar las cosas o para conservar los privilegios.

El hartazgo que padecemos nos hace estar hasta la madre. Quién no podría suscribir las frases coloquiales de muchos, de muchísimos que no nos acostumbraremos nunca a ver la pobreza y ahora a ver la miseria, a la inseguridad que da terror, a la arbitrariedad de un Estado en todas sus instituciones, de los políticos que han envilecido a la política que hoy por hoy nos hace tanta falta como herramienta para dirimir diferencias y construir el futuro; la política ya no puede estar en mano solo de los políticos.

Este hartazgo presenta el reto de establecer las condiciones para encausarlo de tal manera que rinda frutos y contenga a los extremos, que obligue cambios y nos permita como sociedad modificar lo que son las oprobiosas condiciones en las que millones nos debatimos en nuestro país. La apuesta es que pese a que las cosas “están de la chingada” aún podamos tener esperanza para cambiar.

No quiero la intolerancia ni la violencia, venga de donde venga. Quiero la justicia, la rendición de cuentas, la apertura, la ley y la capacidad de acuerdos para construir un México distinto. Cerrar el paso a la violencia es oponernos a pensar que no hay imaginación ni fuerza para construir otros caminos.

DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA

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