A Julio Scherer, maestro de la dignidad, valor y decencia.
Ortega y Gasset a sentenciado que la masa social ha venido para ser dirigida, porque no actúa por sí misma. Es influida, representada por minorías “excelentes”, porque su estatus ha sido formado para linchar. Considera que el Estado contemporáneo ha creado, fomentado, al hombre-masa que se contenta con que todo lo decidan los hombres “excelsos” (sean cuales sean sus orígenes), que su destino (la masa), o la mayoría silenciosa -como diría Buadrillard-, es indiferencia total. Medio balbucea para hacerse notar, que no lo logra. Su destino -acaso- es mantenerse como esta, y conformarse con las verdades de los “altísimos”. La loza que carga es tan grande, que no la deja respirar. Apenas sonríe para justificar que existe. Que decide. Todos sabemos que no es cierto, que es mentira.
Aquello viene a colación por la cascada de renuncias de funcionarios del gobierno estatal, con miras a participar en el proceso electoral del primer domingo de julio del presente año, en función de la catadura de nuestros futuros diputados federales. De Jorge Carballo, Alberto Silva, Erik Lagos, Elizabeth Morales, Edgar Spinozo, o el “excelente” que usted quiera y mande. ¿Cree usted que no arrollaran?. Se equivoca, los 21 distritos pueden ser ganados por los priístas, solo que las reglas del juego no lo permiten, porque los otros candidatos, de los partidos complementarios, tienen derecho de ganar la otra mitad. Y la pregunta obligada es porque el votante, el hombre-masa, ha sido reducido a mera mercancía electoral. Acaso la violencia, su ignorancia, la injusticia, el hambre, el desempleo, hacen que su precaria existencia, lo forjen desahuciado, descartado. Se siente que no sirve, que su voto es indistinto. Que su voto vale tanto como nada. Nada es una despensa, o cien pesos. ¿O de cuando acá los prohombres se han preocupado por su enfermedad, por su alimento diario, por sus sueños o esperanzas?. Quien de ellos, cual.
Mientras los “excelsos” vierten sus verdades, que en el fondo son mentiras prohijadas por un sistema estructurado para ello, su retórica no alcanza a nadie en las campañas. Sus falacias son milenarias. El hombre embustero se radicaliza en tiempos de campañas. Edificios construidos a base de ladrillos de mentiras, hacen olvidar la verdad sobre los niños que emigran, que mueren por desnutrición, que son objetos de explotación sexual. Esta realidad se repite a diario, por ser rutinaria, los “excelentes” la omiten, simulan no enterarse. El hombre-masa se justifica en su ignorancia, y los candidatos también, pero le agregan sus quimeras, sus farsas. Goebbels en toda su expresión, “una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad”.
En esta lógica se instaura lo políticamente correcto. Lo irracional se convierte en racional, afirmaría Herbert Marcuse, y la mentira poluciona el aire que respiramos, y enfanga toda el agua que bebemos. Se catequiza el gran mercado del embuste, para distraeros de nuestros desaparecidos forzados, de la violencia cotidiana, de las “casas blancas” del presidente Peña Nieto, pero también de Gerardo Buganza y de Luis Videgaray. La maquinaria ideológica del Estado en marcha, aleja al votante-masa de una conciencia crítica, para aceptar como normales su pobreza y desigualdad. Realidades encubiertas por campañas alienantes de partidos y candidatos, que sumergen en sus pulsiones profundas a la persona-masa, que cree fielmente que su destino lo ha marcado dios, cuando los planificadores del Estado siguen determinando su conciencia y estatus social.
Hasta Jesús pregona en su Evangelio, “la verdad os hará libres”, pero la mentira institucionalizada es inmensa, y nos aprestamos a escuchar que políticos de apenas media tabla, esgrimirán verdades teologales sobre su destino electoral en sus distritos, llamándose la salvación económica, espiritual y política de sus votantes. Candidatos que dirán mentiras y más mentiras, que acaban por envilecer aún más su condición de herejes de la verdad.
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