Pasan cosas, pero nadie habla / Manuel del Ángel Rocha

ESCRITOREran  días antes del  12 de diciembre (el día de la fiesta),  donde todo mundo está ocupado  comprando los pendientes, para que nada falte en  la mesa, -con tantos convidados que pasan a comer-. -Pero la preocupación de mi mamá era otra, porque  mi papá, como siempre en  “ca´chencho”,  con el “topo” y la coca, ocultaba no saber. Por esos días  mamá andaba  diferente, distraída, casi ausente. No en las cosas de la cocina,  ni en la preparación de la comida, que nosotras nos encargamos. Le preocupaba que Luis le hubiera  confiado su viaje a Estados Unidos. Lo peor eran  sus acompañantes,  Oscar y  Layo, que no tenían buena fama. No eran de fiar, eso lo sabíamos todos en el Limón.

Luis, después de no pasar el examen a la Universidad, fue otro, cambio mucho, le perdió el interés  a casi todo, con excepción de Oscar y Layo, que aumento su compañía. Se volvió entre huraño y taciturno, casi no hablaba, solo lo necesario. Le pudo mucho. Antes, no solo  cumplía muy bien en el TEBA, sino también   ayudaba a mi papá  hacer ladrillo.  Creo que iba gustoso a la galera, o por lo menos era  diferente, antes  de su intento  de  la universidad.  Cambio mucho, hasta casi dejar de platicar con mi mamá,  con quien tenía cierta confidencia sobre planes futuros, de mejorar. De otra vida, para  acortar  las  carencias, que siempre las hay. Había la promesa   de ir a conocer el mar, a Veracruz, pero  también de visitar  la Virgen de Guadalupe, en  México,  aunque no fuese el 12 de diciembre, -porque con  tanta gente,   muchos, o  son asaltados, o se pierden  antes de llegar a  la Villa-.

Pasaron dos años para que Luis tomara la decisión. A nosotras no nos sorprendió. Desarmó a mamá,  que le había dicho que  esperara, solo para ganar tiempo. –No cargues de más, que el camino se hace más largo-.  Ganar tiempo para que a la ilusión no le salieran alas, pero el camino ya  impaciente,  empujó a  Luis para que tres  días antes del 12, se marchara.  Supimos de  él como una semana y media después. Él habló, rápido, atropellado, pero alguien le arrebato el teléfono para  decirme, con groserías, que necesitaban dinero, cinco mil dólares para soltarlo. Que nos daban cinco días para juntarlo, y después  nos hablarían para decirnos  el banco y la cuenta.  No hablaron, ya en el diciembre pasado se cumplieron cinco años, y no volvieron hablar. Tampoco juntamos ningún dinero. En  cuentas que hicimos eran como sesenta mil pesos. Imposible, de dónde? ni tierras, ni siquiera la galera es de mi papá.

La llamada fue por las fechas de navidad, ya para el año nuevo la casa no tenía sosiego. Fuimos con las familias de Oscar y Layo, para que nos dijeran más, lo que sabían. Estaban igual, comentaron no saber nada, pero como que ocultaron algo, creo vimos  unas muecas, como   guiños. También fuimos a ver al agente  municipal, para que nos prestara el dinero,  o fuera a Xalapa a denunciar lo de la llamada.  No hizo ni una, ni otra cosa, pero tampoco  nosotros, mucho menos las familias de Oscar y Layo.

Ya pasaron cinco años y la veladora de Luis siempre está prendida en el altar. Mi papa nunca habla de él, ni para reprocharle a mí mama. Así  es él, ahora  toma exagerado. Luis era su único hijo hombre, que  lo ayudaba  a mezclar el  barro, la tierra y la arena, para que del rústico molino saliera el sedimento que luego de pasar por los moldes, se convertía en ladrillo, que nosotras, ya secos teníamos que  desbabillar, para después, ya duros, sin humedad, entongábamos. Luis  y mi papá preparaban la cama de leña para quemarlos en el horno, que luego se vendían por millares. Han pasado cinco años y no sabemos nada de Luis. Nadie sabe nada. La familia de Oscar ya  no vive aquí, y la de Layo se hizo  nuestra enemiga, porque dicen que hicimos  mucho ruido. Todos sufrimos por su desaparición, pero quien se acabo es mi mamá, lo peor, no quiere que hablemos de él. La casa, es  un santuario donde vive el espíritu de Luis, porque lo milagroso de su partida, es la presencia de  Dios entre nosotros. -Todos nos convertimos a cristianos, menos mi papa, pero como Simón, todos cargamos la cruz-. Lo extrañamos. Desde hace  cinco años, nadie sabe de Luis, -aquí pasan cosas, pero nadie habla de ellas-. Oscar y Layo lo sonsacaron, y  ahí andan, como si nada. Estamos en el Gólgota, y  solo nosotros sabemos de nuestra penitencia.

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