Al cumplirse el 105 aniversario de la Revolución Mexicana, resulta ocioso hablar sobre si el movimiento social armado más importante del siglo pasado en América Latina, sigue siendo el hilo conductor del gobierno en turno. Con la “desincorporación” de empresas y activos, inicia el gobierno priísta su desafiliación de la Revolución, siendo Miguel de la Madrid (1982-88) quién perfilaría el modelo de desarrollo que en lo sucesivo y hasta la fecha, es el hilo conductor que prosigue el Ejecutivo. Ya desde los setentas, el fantasma del liberalismo económico recorre el mundo de la mano de sus promotores; los organismos financieros internacionales, en particular del FMI y el Banco Mundial, cuyo ideólogo Milton Friedman, con su versión neoclásica de la economía, asienta su enfoque en el expansionista estadunidense, donde, a través de las condicionantes de inversión, y sus peones los gobiernos mexicanos en turno, sembraron la idea de que con implantación del nuevo modelo, las crisis recurrentes de los gobiernos “nacionalistas”, terminarían. El poder adquisitivo seria competitivo, y el salario recuperaría su capacidad de compra; la inflación y carestía, fenómenos recurrentes que dejaban en estado de indefensión, no solo a los más pobres, sino también a la pequeña y mediana industria, que los llevaba a la quiebra y al cierre de sus negocios, se esfumarían; el desempleo galopante y progresivo, se convertiría en pleno empleo, autosuficiente y bien remunerado, que vendría a satisfacer con creces las necesidades primarias y secundarias de la familia mexicana.
Nada más falso, las causas recurrentes de las crisis del sistema mexicano, se debía en gran medida al reacomodo del capitalismo de la posguerra, y a la fallida aplicación de una política económica, que terminaba en las insondables fauces de la corrupción priista. La decisión se había tomado, y solo era tiempo de esperar las condiciones, y los actores, para iniciar las reformas “estructurales”, que dieran a las fuerzas del mercado, la libre movilidad que necesitaban para desarrollar a plenitud su modelo de país.
Por ello la andanada, entre ideológica y propagandística, de que el Estado era muy mal administrador, por lo que su papel sería mejor de regulador, que de propietario, y así vino la venta de “garaje” de las empresas paraestatales. Un saqueo que aún no termina, porque ya con Pemex en la barandilla de ofertas, no tardaremos en saber, quienes de la camarilla de millonarios que se hizo Carlos Salinas de Gortari, son los accionistas mayoritarios de la ex paraestatal estrella, que “ni en sueños”, diría Ernesto Zedillo, creía que Pemex se iría al piso de remates. Para ello, la vertiente fundamental ha pasado por el Congreso Federal, que ha modificado el articulado, que contenía garantías sociales y derechos laborales de la Constitución General, para permitir que “inversionistas” locales y extranjeros, participen de la riqueza nacional, situación que era exclusiva del Estado. De esta manera fueron cambiados los artículos, tercero, veintisiete y ciento veintitrés, entre otros, que contenían los fundamentos que dieron origen a la Revolución mexicana.
Con el transcurso de los años, el credo de la economía neoclásica, resultó tan solo una fantasía para los ochenta y cinco millones de mexicanos en pobreza extrema y alimentaria, pero no así para la minoría privilegiada criolla y los gobiernos pri-panistas, que sí disfrutan de una holgada bonanza económica, y que fracasaron al suponer que las privatizaciones eran la medicina de la felicidad eterna para la nación.
El abandono por completo de las demandas de aquel gran movimiento que transformó la organización social del país, y que se inició por la gran concentración de tierras y haciendas en manos de hacendados o latifundistas, hoy regresan a México, porque las condiciones de miseria y hambruna que se vivieron entre 1900-1910, hoy son palpables en distintas regiones del país, ataviadas con una creciente desigualdad e inseguridad sociales.
Hoy que México está de oferta, como en 1880, cuando los colonizadores, que al desamortizarse las tierras, y al expedirse las leyes sobre terrenos baldíos por el dictador, llegaron a suelo nacional, franceses, alemanes, italianos y españoles, que a través de sus compañías, llamadas deslindadores, debían traer colonos extranjeros para que las trabajaran, pero como compensación por los gastos realizados, se les darían la tercera parte de las tierras deslindadas. De 1880, a 1895, las compañías se quedaron con más de 35 000 000 de hectáreas, casi el 25% de la superficie nacional, lo que había agudizado el problema entre propietarios y jornaleros. Antagonismos que sembraban odios profundos, porque además las compañías foráneas cometieron toda clase de arbitrariedades y despojos, en particular contra los pequeños propietarios y los pueblos indígenas.
Esta fotografía es la de hoy, después de más de 30 años que los gobierno en turno prosiguen el remate del país. Ahora promueven los hidrocarburos, que es la mercancía más atractiva, por su alta rentabilidad en la economía globalizada. Reparto del botín, donde solo la minoría predilecta tiene cabida, y donde la mayoría de mexicanos, solo es dueña del abandono, o acaso, de su pírrica dieta del programa asistencial. Muerta la Revolución, viva la Revolución, volverán a gritar los actuales Zapatistas y Villistas!.
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