ES LA ESTRATEGIA… El abstencionismo récord que se viene en 2021

Rodrigo López San Martín

Las elecciones intermedias, tradicionalmente, tienen una participación menor que los comicios presidenciales.

Para 2021, muchos pensaron que la concurrencia de 15 elecciones para elegir gobernadores podría aminorar la caída en la participación electoral de los ciudadanos. De hecho, uno de los principales argumentos, muy simplista, para recortar gobiernos en varias entidades con el objetivo de hacer coincidir las elecciones locales de gobernador con el proceso intermedio federal, fue la baja participación que el exceso de procesos electorales en varios estados, provocaban.

Esta tesis podría irse por la borda. Porque los ciudadanos participan cuando, según su consideración, su voto puede influir en el futuro no sólo del país, sino de su comunidad, de su familia y en sus propias vidas. Cuando las campañas los atraen, los entusiasman. Cuando hay algo para qué salir a votar.

Con esto en mente millones de mexicanos salieron a las urnas en julio de 2018. Muchos, que en 2006 y 2012 no habían confiado en la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, decidieron hacerlo comprándole el argumento de que, con él, la vida pública de México entraría en una nueva etapa. Frente a la corrupción del gobierno de Enrique Peña Nieto y la percepción, consolidada con el Pacto por México, de que más allá de partidos, la élite política nacional era un grupo cohesionado. Sólo AMLO parecía distinto.

Pero a más de año y medio del nuevo gobierno, una enorme ola de decepción amenaza no sólo la imagen del gobierno, sino el interés ciudadano por los procesos electorales, como vía para incidir en el futuro de México. Para los ciudadanos, el intercambio de videoescándalos de las últimas semanas, igualan, para mal, a toda la oferta política nacional.

Por eso, si la intención de la oposición con la publicación de los videos en los que se ve al hermano del presidente, Pío López Obrador y al funcionario federal David León, es golpear en su centro de flotación a la figura presidencial, fue un golpe acertado.

Pero si con eso piensan que los electores que perdieron en el último sexenio regresarán a ellos, pueden llevarse una desagradable sorpresa.

En un escenario como el mexicano, en el que en 3 de las últimas 4 elecciones presidenciales hubo alternancia en el partido en el poder, la reedición de las mismas prácticas y los mismos escándalos, lo más probable es que se conviertan en la gota que derrame el vaso para que millones de mexicanos no se acerquen más a las urnas. Que detonen un hartazgo que los haga abandonar toda esperanza de que su participación electoral puede cambiar el rumbo del país.

En los últimos 18 años, en México, ya recorrimos la totalidad del espectro ideológico. Gobernó el partido identificado con la derecha, el de centro y el de izquierda. Pero, de cara a los procesos electorales, las portadas de los diarios y la conversación social sobre política, no ha cambiado: la corrupción como una práctica arraigada, en la clase política, con el objetivo mantener el poder.

Por eso, para 2021, es probable que la participación electoral alcance mínimos históricos. La pandemia por el COVID-19 seguramente reforzará las razones de los ciudadanos para no participar.

Si los resultados llegan a estos mínimos históricos, quizá tenga que analizarse la alternativa de la obligatoriedad del voto y las segundas vueltas electorales. Porque el próximo año habrá nuevos gobernadores que puedan llegar al poder con menos del 40% de votación de una participación menor también al 40%. Es decir, podríamos tener autoridades cuya legitimidad descansará en el 15% del padrón electoral. Y eso, no es sostenible.

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