PLANES Y PROCLAMAS

  • La política se ha banalizado. Démosle seriedad y sencillez para comprender y actuar. Superemos dos patologías: “La innoble pereza y la desentendida indolencia” (John Milton)
  • Desenmascaremos a los farsantes, a los “influencers” que pretenden manipularnos, a los charlatanes que, ensoberbecidos, se presentan como personas insustituibles e imparables


Política de principios

Juan José Rodríguez Prats

Pero quizá no hay pérdida ni ganancia
Para nosotros solo existe el intento
Lo demás no es asunto nuestro
T. S. Elliot

De manera tal, que Andrés Manuel López Obrador nunca se preocupó por hacer un buen gobierno. Sus afanes andan por otros rumbos.

Es una gran verdad que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, pero también es cierto que con buenas intenciones se llega a la gloria. Sin ellas todo empeño por salvar el alma es estéril.

Un presidente municipal electo le preguntó a Adolfo Ruiz Cortines: “¿Qué debo hacer para cumplirle a mi pueblo?”. Contestó el presidente provinciano: “Querer ser un buen servidor público. Eso significa trabajar 14 horas diarias, no meterle la mano al cajón, hacer obras útiles, dar buenos servicios, alejar a la familia del poder, rodearse de colaboradores competentes, no humillar a tus gobernados, lo cual implica respetarlos y estar consciente de que al final de tu mandato, en tus andares cotidianos nadie te reclame por falta de atención”. Más o menos, esas fueron sus palabras. No hay grandes misterios para hacer un buen gobierno si hay la voluntad de asumir deberes.

En la parafernalia de las campañas electorales, con una capacidad para el engaño que ha crecido exponencialmente, se hacen costosos eventos para discutir los problemas y sus soluciones. Es penoso que a estas alturas no tengamos claro qué hacer y salgamos a preguntarle a la gente, soñando que alguien nos regale una varita mágica que con un mínimo contacto haga emanar riqueza.

No hay muchas opciones en el manejo de la cosa pública. Daniel Cosío Villegas, en su memorable texto “El estilo personal de gobernar”, señalaba hace 50 años que “Los presidentes mexicanos gobiernan no sujetos a leyes e instituciones, sino (…) guiados por su temperamento”.

Si se hiciera un concurso para premiar a la nación con más planes concebidos en su devenir histórico, seguramente obtendríamos la medalla de oro. Y si asumiéramos la descomunal tarea de cotejar con los hechos las propuestas ofrecidas, el único que resistiría ese ejercicio de congruencia sería Lázaro Cárdenas con su Plan Sexenal.

Proclama es una bella palabra, emparentada con plegaria. Su raíz latina, clamar, significa gritar pidiendo ayuda. De ahí nacen los verbos reclamar, aclamar, declamar, exclamar, todos relacionados con la acción de pedir, exponer, rogar.

Los momentos que vive México exigen lo elemental: cumplir la ley, restaurar el Estado de derecho. Si un Estado no hace justicia –distributiva y conmutativa– como la concebía Aristóteles, no sirve para nada.

La política exige profesionalismo a quienes la practican; esto es, esmero por ser mejores. Ello implica necesariamente una dosis de estoicismo; es decir, tener virtudes. Hoy se habla nuevamente de resiliencia, entendida como la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o una situación adversa.

Erich Fromm distinguía la adaptación estática y la dinámica. La primera consiste en dejarse llevar por la inercia, resignarse, someterse. La segunda exige involucrarse, aportar, ser sujeto ético que no evade el compromiso y que se percibe inmerso en una actitud colectiva de responsabilidad.

El Estado mexicano se está desmoronando. Vamos a elegir hombres y mujeres que conduzcan al pueblo de México en una difícil circunstancia mundial y nacional. Lo urgente es evitar males mayores. El ciudadano debe hacer un elemental esfuerzo para percibir quién tiene buenas y auténticas intenciones de hacer las cosas bien, que inyecte esperanza y que no mienta. No es tan difícil. Hay indicadores confiables a los cuales remitirnos.

Desenmascaremos a los farsantes, a los “influencers” que pretenden manipularnos, a los charlatanes que, ensoberbecidos, se presentan como personas insustituibles e imparables.

La política se ha banalizado. Démosle seriedad y sencillez para comprender y actuar. Superemos dos patologías: “La innoble pereza y la desentendida indolencia” (John Milton).

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