Un samurái en la Revolución Mexicana

 

samuraiEl 6 de septiembre de 1967, el entonces secretario de Defensa, Marcelino García Barragán, en presencia del presidente Gustavo Díaz Ordaz, condecoró al capitán primero de caballería Kingo Nonaka, un japonés cuyas andanzas en la Revolución Mexicana permanecieron en la sombra hasta el año pasado.

Según su propio relato, publicado en noviembre de 2014 por su hijo Genaro Nonaka García y por el historiador José Gabriel Rivera Delgado, Kingo participó en 14 acciones bélicas durante la Revolución; dos con el ejército de Francisco I. Madero y 12 con la División del Norte de Francisco Villa.

Pero la historia civil del personaje, rebautizado José Genaro Kingo Nonaka, fue igual de intensa. Asentado en Baja California de 1921 a 1942 (hasta que lo alcanzó el racismo contra los japoneses por la II Guerra Mundial y fue obligado a emigrar a la Ciudad de México por órdenes del gobierno de Lázaro Cárdenas), se convirtió de manera autodidacta en el primer fotógrafo histórico de Tijuana, donde abrió un par de estudios que le permitieron retratar por dos décadas a la sociedad local y erradicar los prejuicios sobre esa ciudad asociada con el vicio y el crimen.

Los cientos de fotos de su cámara Graflex sobre la infancia de la urbe fronteriza, cuyo año oficial de fundación coincidió con el nacimiento de Nonaka, 1889, han valido el título al japonés del Casasola de Tijuana, dice su hijo, quien alude a los hermanos Casasola que retrataron la Revolución Mexicana. Fue, además, masón, bombero, policía, criminólogo e incluso como enfermero fue fundador del Instituto Nacional de Cardiología, con Ignacio Chávez.

Hombre de su siglo

 

La vida de Kingo Nonaka es una novela social, marcada por los dramas y tragedias del siglo XX, como migración, guerras, racismo y pobreza, una metáfora del hombre común puesto al límite del mundo.

 

A los 17 años abandonó la prefectura de Fukuoka, en la isla japonesa de Kyushu, donde trabajaba en el campo y como buzo en la pesca de perlas, para emigrar a México en 1906; cultivó café en Oaxaca, marchó durante tres meses hacia Estados Unidos, se asentó en Ciudad Juárez, se hizo enfermero autodidacta, se unió por casualidad a las fuerzas de Francisco I. Madero en 1911, participó en el batallón de salud de la División del Norte de Francisco Villa y más tarde sirvió a Álvaro Obregón.

 

Nonaka curó a Madero, herido en el ataque a Casas Grandes del 6 de marzo de 1911; con Villa participó de 1913 a 1914 en las batallas de Chihuahua, Ojinaga, Bermejillo, San Pedro de las Colonias, Paredón, Torreón, Zacatecas y las del Bajío; llegó a Baja California en 1921, y en Tijuana abrió en 1923 el primer estudio fotográfico local y retrató la vida de esa ciudad hasta 1942.

 

Desde la década pasada, su hijo y Rivera Delgado, coordinador del Archivo Histórico de Tijuana-Instituto Municipal de Arte y Cultura (IMAC), construyen la saga de Nonaka, cuyo nombre en japonés está ligado a la luz (Kingo, “Polvo de Oro”; Nonaka, “Campo de Sol”). Entonces surgió el libro Kingo Nonaka. Andanzas Revolucionarias, con testimonios, fotos y apuntes del japonés.

 

El breve volumen, editado por Artificios y publicado en noviembre de 2014, resume la vida en México de Kingo Nonaka desde su llegada a Salina Cruz hasta su muerte en 1977, pero sobre todo se enfoca a difundir las anotaciones del joven japonés durante sus años en la Revolución, en la que llegó a convertirse en capitán primero de caballería del Batallón de Sanidad de la División del Norte.

 

Entre sus anécdotas, Nonaka relata cómo en 1915 recuperó el cádaver del general Rodolfo Fierro del fondo de la laguna Guzmán, de Casas Grandes, gracias a las cualidades de buzo de profundidad que adquirió en Japón, para que el cuñado del militar, el coronel Buenaventura Herrán, pudiera quitarle al cuerpo “cuatro anillos de oro con diamantes, pulseras, un reloj y dos víboras de cuero llenas de algo”.

 

También su último trabajo para Villa: cuidar a 64 heridos en la iglesia del poblado de San Buenaventura tras la incursión del “Centauro del Norte” a Columbus, Nuevo México, del 9 de marzo de 1916. Sin embargo, el japonés no pudo cumplir el encargo porque el cura local traicionó a Villa, entregó a los 64 heridos al general estadunidense John Joseph Pershing, que con sus subalternos Dwight J. Eisenhower y George Patton perseguía en territorio mexicano al jefe revolucionario, y huyó con los 10 mil pesos en monedas de oro que recibió de éste para cuidar a los villistas.

Fuente: El Debate

Be the first to comment on "Un samurái en la Revolución Mexicana"

Leave a comment

Your email address will not be published.


*